19 de febrero de 2010

Siempre me pillas desprevenido

Edward movió la cabeza lentamente y luego miró al techo antes de que nuestras miradas volvieran a encontrarse.


—Te lo dije, no te ves a ti misma con ninguna claridad. No te pareces a nadie que haya conocido. Me fascinas.

Le dirigí una mirada de furia, segura de que hablaba en broma. Edward sonrió al descifrar mi expresión.

—Al tener las ventajas que tengo —murmuró mientras se tocaba la frente con discreción—, disfruto de una superior comprensión de la naturaleza humana. Las personas son predecibles, pero tú nunca haces lo que espero. Siempre me pillas desprevenido.

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